martes, 25 de abril de 2017

Amanece, que no es poco

"La utopía está en el horizonte. 
Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. 
¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar".
- Eduardo Galeano -

Hay personas que siempre están contentas y derrochan energía. Otras, en cambio, respiran queja y amargura perpetua. Y luego está la gente como yo, cuyo estado de ánimo es una montaña rusa que no se ha diagnosticado como trastorno bipolar porque no llegamos a los extremos de depresión y manía (euforia).

He tenido un gran curso. De hecho, desde el mayo pasado, ha sido mi año de la esperanza, la calma y la alegría interior, a pesar de los malos ratos. Me preguntaba si sería capaz de continuar con esa esperanza como actitud existencial cuando me sobreviniera la crisis.

Y aquí estoy: esforzándome por permanecer fiel a esa promesa. No me traumatiza estar de bajón. Llevo como dos meses más flojilla y yo diría que comienzo a ver la luz. Es una etapa que pasará como tantas otras y seguramente dejando una enseñanza, un sentido y una retahíla de logros por haber sobrevivido.

Las crisis casi nunca son consecuencia de las circunstancias. Creo que mis circunstancias vitales actuales no pueden ser mejores (o sí, pero son muy buenas), sin embargo... 

Dicen que los momentos difíciles nos ayudan a crecer, pero también nos resitúan, nos hacen ver en qué hemos fundamentado nuestra felicidad, que suele ser en cosas provisionales, que se pierden o se truncan: mis sueños y proyectos, mis habilidades, mi estatus social, otras personas (pareja, amig@s, hij@s...), el trabajo o el estudio... Que puede ser muy sano y necesario, mas no lo principal. No obstante, pienso que hay que enamorarse de todo eso para vivirlo con intensidad.

Vivir la urgencia de lo cotidiano con corazón sencillo. Esta frase parece condensar lo que he estado rumiando durante la semana. Hay tantísimas cosas rutinarias por las que me siento agradecida... desde la naturaleza, el sol, la familia, mi perrica, la música, los libros, seguir aprendiendo y avanzando, compartir momentos con las personas a las que queremos, haber conocido a tantas otras que nos ensanchan el corazón, las sonrisas de desconocid@s, palabras o gestos espontáneos que no esperabas y te cosquillean por dentro, las oportunidades de tener experiencias únicas e irrepetibles... ¿Por qué no ver en esto pequeños milagros diarios? Que podían no realizarse, ¡pero nos suceden! Tampoco pueden cimentar la vida, pero vivir desde el agradecimiento por lo que cada día se nos regala, te cambia la mirada. Te ubica, aun cuando estás “chof”.

Parque Yamaguchi (Pamplona-Iruña)

Una vez, hablaba con una amiga de que sabía todo lo que había hecho por mí otra persona, que ambas conocíamos, y que yo no había sido capaz de agradecérselo, al contrario, me había portado fatal. “Pero te das cuenta. Eso ya es mucho”, me contestó. Sí, tengo la suerte de tener una amiga especialista en consolarme. Y además, que es verdad. Ser consciente de lo que somos, tenemos, disfrutamos, decimos y pensamos, cómo y desde dónde lo hacemos es importante. Aunque quizás no sea suficiente.

Vivir la urgencia de lo cotidiano con corazón sencillo. He ahí el secreto: la simplicidad. Dar las gracias por lo positivo y convertir las heridas en camino para acoger lo que venga con activa resignación o afilándose las garras para la batalla.

La verdadera alegría exige la confianza como actitud permanente, más allá del sentimiento. Y esa confianza que se da en la oscuridad es un don que vence cualquier miedo e insatisfacción. Permanecer, querer permanecer siempre: en la vida, en mis proyectos, en mis relaciones; haciendo memoria de lo bueno, de mis raíces y siendo honesta con una misma. Porque la salida está cerca y no sabemos a qué nuevas rutas puede abrirnos.

"Donde ahora te encuentras no estás para entender el mundo,
sino para comprender cuál es la voluntad de Dios para ti. 
Se trata de estar en tu lugar."
- Fray Miguel Tomaszek, ofm conv. -
Navidad'17